Rubén Darío

Sabedor de su más recóndita pasión por los seres tristes, por las princesas sin dragones y los labios partidos, por los caballeros oscuros y los poemas poco transitados, les invito a leer esta Sonatina de Rubén Darío, poeta que acabarán amando en sus noches sin sábanas:

SONATINA

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste, la princesa está pálida)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
—la princesa está pálida, la princesa está triste—,
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

—«Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor».

Rubén Darío

las niñas mas lindas de la clase


bueno profe para que no digas nada ya subi algo jejeje con eso es suficiente... que mas que las niñas mas lindas de la clase jeje

pollitos graciosos

powerponit historia

EGIPTO
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MESOPOTAMIA
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PREHISTORA
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copyright de profesora de historia cander 2008-2009 ... jaja

Andres

Estimados enanitos, les felicito por el continuo pirateo legal que ejercen en este blog y quisiera que leyesen este pequeño relato de Alberto R. Torices (tambíen tú, Dan).
Fdo.: Don Quixote de la Mancha.
“(...) porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos.”

Prólogo de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes


Era una mañana oscura y desapacible. Es probable que lloviera. Terminaba de desayunar en la cocina cuando oí un fuerte ruido de objetos desplomados. Algún libro mal colocado parecía haber caído de su estante, en mi cuarto, justo al otro lado del tabique. No tardó en producirse un nuevo impacto, aún más escandaloso. “Mierda —mascullé—, se va a despertar el niño.” Acudí. Lo que vi al abrir la puerta de mi pequeño despacho no pudo sorprenderme más, pero tampoco dejaba lugar a dudas. Frente a mí, recostado en mi sillón de lectura, con uno de mis libros abierto en el regazo y muchos más amontonados o esparcidos alrededor, estaba Alonso Quijano, también conocido como Don Quijote de la Mancha.
Por más que moví los labios, fui incapaz de articular palabra o sonido alguno. Advertí que temblaba porque parte del café con leche que llevaba en la mano se derramó. Don Quijote me miraba también asombrado, pero no se movió. Salí de la habitación golpeándome contra el marco, y cerré la puerta. Me dije: “Ya está. Ya te volviste loco.” Traté de calmarme, sonreí por si servía de algo, y luego abrí de nuevo la puerta. El hidalgo inmortal seguía allí y, al verme aparecer por segunda vez, se alzó. Dejó caer a un lado el libro que estaba leyendo (Las partículas elementales de Michel Houellebecq, según pude ver). Con la torpeza de quien acaba de salir del sueño, tomó la espada que tenía a un lado. Al blandirla, tiró la lámpara de mi mesa de trabajo, y también el bote de los bolígrafos. Pensé: “Ahora empezará a llorar el niño.” Y más estúpidamente aún: “Me va a llevar un buen rato poner en orden todo esto.”
—¿Quién sois? —preguntó el buen hombre, señalándome con el filo oxidado de su arma.
Su actitud, sin embargo, no era amenazadora. Lo cierto es que estuve a punto de soltar la risa.
—Me llamo Alberto —respondí—. Vivo aquí.
—¿Sois el dueño de esta lúgubre morada?
—Sí... Bueno, más o menos.
—Entonces podréis decirme qué estoy haciendo aquí. ¿Acaso sois vos el artífice del encantamiento en que me hallo?
El tono apremiante de sus palabras contrastaba con su aspecto cansado y un tanto deprimido. Había dejado de señalarme con su espada y, en medio del pandemónium de libros y papeles que había provocado, movía más bien a lástima.
—Creo —le dije— que estoy soñando. Vamos, que esto sólo está pasando en mi cabeza. Algo tendrá que ver, supongo, con el cuarto centenario de su... primera parte.
—A fe mía —respondió él frunciendo el ceño— que vuestra jerigonza me resulta impenetrable. Como la de casi todos estos libros, por cierto.
—Es lógico —repuse—, cuatrocientos son muchos años. Pero no se preocupe, creo que no tardaré en despertar: mi hijo está llorando. De todas formas, ármese de paciencia; es probable que en estas fechas aparezca en los sueños de mucha gente.
Ciertamente, el pobre Alonso Quijano parecía no entender gran cosa de lo que yo le decía. Ahora lamento no haberle preguntado algunas cosas. Pero hubiéramos necesitado un intérprete: no domino el castellano de su época.
—Me gustaría regalarle una cosa, antes de despertar —dije.
Don Quijote de la Mancha me miró con una expresión de ligera sorpresa. Tomé un libro de un rincón bien conocido de mi cuarto y se lo tendí.
—Yo, el monstruo —leyó en la portada—. Qué barbaridad. ¿De qué trata? ¿Es comprensible?
—Es mi primer libro.
Su mirada se llenó, entonces, de lástima y ternura.
—Así pues, sois escritor. En ese caso, permitidme que os diga que sois vos quien debe armarse de paciencia. Es peor ocupación que las galeras.
Sonreí. El niño lloraba cada vez más fuerte y nos despedimos. Al salir de la habitación vi que se sentaba de nuevo y se disponía a leer.
Y desperté. El pequeño Román, en efecto, lloraba; pero antes de ir a sacarlo de su cuna entré en mi habitación. El desorden era el de siempre, quizá algo mayor, y mi primer libro no estaba en su sitio habitual dentro del caos. Ojalá no lo encuentre, cuando me ponga a ordenar todo esto.

Examen a Jaimito

La profesora interviene en una discusión entre dos alumnos:Jaimito, ¿cuál es el problema?Es que soy demasiado inteligente para estar en primero.Mi hermana está en tercero y yo soy más inteligente que ella. ¡Yo quiero ir para tercero también!

La profesora ve que no puede resolver el problema y lo manda para la dirección.Mientras Jaimito esperaba en la antesala, la profesora le explica la situación al director. Éste le promete hacerle un test al muchacho, que seguro no conseguirá responder a todas las preguntas, y así accederá a continuar en primero.Ya de acuerdo ambos, hacen pasar al alumno y le hacen la propuesta del test que él acepta.

Inicia entonces las preguntas el Director: A ver Jaimito, ¿Cuánto es 3 por 3? -"9"-.¿Y cuánto es 6 veces 6? -"36"-.

El director continúa por casi una hora, con la batería de preguntas que sólo un excelente alumno de tercer grado debe conocer y Jaimito no comete ningún error.Ante la evidente inteligencia del menor, el Director dice a la profesora:Creo que tendremos que pasarlo a tercero. La profesora no muy segura, pregunta: - ¿Puedo hacerle yo unas preguntas también? El director y Jaimito asienten.Inicia entonces la profesora:

¿Qué tiene la vaca 4 y yo sólo dos?Las piernas, responde Jaimito sin dudar...

¿Qué tienes en tus pantalones, que no hay en los míos?El director se ajusta los lentes, y se prepara para interrumpir...Los bolsillos, responde el niño.

¿Qué entra al centro de las mujeres y solo detrás del "hombre"?Estupefacto, el director contiene la respiración...La letra "E", responde el alumno.

¿Y dónde las mujeres tienen el pelo más crespo?El director hace una mueca de asombro En África, responde Jaimito sin dudar.

¿Qué es blando, y en las manos de una mujer se torna duro?Al director se le cruzan los ojos.El esmalte de uñas, profe... contesta Jaimito.

¿Qué tienen las mujeres en medio de las piernas?El Director no lo puede creer...Las rodillas, responde Jaimito al instante.

¿Y qué tiene una mujer casada más ancha que una soltera?La cama.

¿Qué palabra comienza con la letra C, termina con la letra O, es arrugado y todos lo tenemos atrás?El director empieza a sudar frío...El codo, profesora.

¿Y qué empieza con C tiene un hueco y yo se lo di a varias personas para que gozaran?El director se tapa la cara...Un CD.

El director, ya mareado de la presión, les interrumpe y le dice a la profesora... Mire, pongamos al chinijo ese en sexto curso...¡¡¡Yo mismo acabo de fallar todas las respuestas!!!